Mittwoch, 20. Februar 2013

Benedicto XVI – y su eurocentrismo trágico


(die deutsche Version des Artikels findet sich weiter unten) 

 Querid@s amig@s,

mucho se habla en estos días sobre la renuncia anunciada del actual papa Benedicto XVI. tanto en los medios, dentro y fuera de la Iglesia católica y así también aquí en Latinoamérica. Aquí quiero recomendarles un comentario de mi prefesora Martha Zechmeister CJ que reflexiona sobre el pontificado de Josef Ratzinger y la dirección actual dominante eurocentrista de la iglesia desde una perspectiva latinoamericana y de la teología de liberación. La austríaca Martha Zechmeister era profesora de teología fundamental en las universidades de Passau, Viena, St. Pölten y Innsbruck y desde hace varios trabaja com profesora invitada en la Universidad Centroamericana "Jose Simeon Cañas". 
En mi opinión es un sincero y valiente manifiesto que comprueba que otra iglesia es posible y que me hace ver una vez más que justamente llegué al lugar apropiado para mi.

Con un fuerte abrazo desde San Salvador,
Benjamin

Benedicto XVI – y su eurocentrismo trágico

Martha Zechmeister CJ

Valiente, fuerte, lúcido -así renunció Joseph Ratzinger a su cargo y así será conocido  como Benedicto XVI en la historia. Confiesa sin agitación y en un modo sencillo que sus fuerzas físicas y psíquicas están disminuyendo. No se engaña, al reconocer que ya no es capaz de “gobernar el barco de San Pedro” en un mundo “sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve”. Como hombre de 85 años ha llegado a sus límites y tiene el valor de asumir las consecuencias de eso a pesar del ejemplo abrumador de Juan Pablo II. (¿O quizá exactamente a causa de ese ejemplo?)
Esto revela primero y ante de todo grandeza humana que merece respeto incondicional. No considerarse insustituible, “entregar el remo” libre y conscientemente, y así por último acercarse a la propia muerte con paz y conciliación -esto no solamente para los Papas- resulta una tarea difícil. Este acto vigoroso de relativizar a sí mismo, toca nuestro corazón y nos muestra a Joseph Ratzinger como ser humano, precisamente por su fragilidad y vulnerabilidad.
Este paso, más allá de esto, tiene dimensiones y fuerzas explosivas históricas, porque Joseph Ratzinger lo arriesgó en contra de la tradición y de la gravedad del cargo de un “sucesor de San Pedro”. Es una contribución valiente para desmitologizar el oficio papal. Revela con claridad: Esta tarea se confía a una persona humana -y la misma persona puede devolverlo por razones justas. El “funcionario” no se funde en una manera cuasi-mitológica con el cargo y tampoco está obligado a sufrirlo heróicamente hasta el amargo final. En su camino hacia la modernidad así se adelantó claramente el teólogo conservador, Joseph Ratzinger, al líder carismático socialista, Hugo Chávez.
Al mismo tiempo Benedicto XVI resguarda con este último acto oficial, a sí y a su Iglesia, el espectáculo indigno que su persona se transformara progresivamente en un juguete a merced de las intrigas y de las aspiraciones al poder. Aunque Benedicto nunca ha excluido la posibilidad de una dimisión, ahora sorprende su audacia al desencantar el cargo papal de esta manera -liberarlo del nimbo y de la sacralización irracional.
En la despedida se revela el corte de este personaje -pero exactamente por eso sería irrespetuoso y cobarde de cara a esta persona no enfrentarse al legado ambiguo que nos deja. Quiero hacerlo desde una perspectiva selectiva, desde la perspectiva latinoamericana:
Benito de Nursia, el patrono de Europa, ha dado su nombre a este pontificado que termina -y este nombre fue su programa. La preocupación ardiente de Benedicto XVI se dedicaba a la Europa secularizada y con una fe agotada; la preocupación por un mundo, que se libera desde su relación con Dios y por eso “se oscurece su horizonte ético” y “se pierde el fundamento de sus valores”. Joseph Ratzinger se esforzaba para intermediar entre la fe y la razón contemporánea. Pero aparentemente a él, también como papa, ha quedado lejana e inaccesible la situación en otros continentes, que no están marcados por la ilustración europea y en cuales el ateísmo hasta hoy ha quedado como un fenómeno marginal.
Nunca fue fácil para Benedicto acercarse a las grandes tradiciones de Asia y a su pluralismo religioso. Pero todavía menos fue capaz de reconocer el desafío urgente a buscar nuevas formas de ecumenismo con las iglesias pentecostales que crecen aceleradamente en América Latina. Desde hace tiempo no se dejan descartar como “sectas”, confrontan a la Iglesia católica con sus debilidades y exigen un diálogo entre iguales. El Papa eurocéntrico no lograba enfrentarse a la situación de sociedades las cuales, ciertamente, no tienen el Ateísmo como problemática central. En estas sociedades la pregunta por Dios se plantea en un modo totalmente diferente, sin embargo se impone en un modo no menos elemental. Lo que hace falta allá son criterios para el discernimiento entre el “Dios de la vida” y los “ídolos de la muerte”; criterios del discernimiento entre una fe liberadora, una Iglesia con rostro jesuánico a un lado -y formas alienantes e infantilizantes de una espiritualidad salvaje y rampante al otro lado. Urge buscar y encontrar estos criterios fuera y dentro de la Iglesia católica.
La limitación trágica de Benedicto XVI por el eurocentrismo ha encontrado su expresión condensada y aguda en su discurso con motivo de la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrado en Aparecida, el 13 de mayo de 2007. En verdad es inconcebible cómo un intelectual de este corte puede pronunciar una afirmación tanto ingenua como a-dialéctica: “La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente… formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas”. Como si la cultura indígena no hubiera sido una cultura profundamente religiosa mucho antes de la llegada del cristianismo; como si el “encuentro” con Europa no hubiera comenzado como un asalto brutal -y como si la cristianización de América Latina no hubiera sido mezclada en una manera nefasta con genocidio y explotación.
La relación difícil de Joseph Ratzinger con América Latina tiene una larga historia. En el surgimiento de la teología de liberación nunca fue capaz de ver otra cosa que la reducción fatal del mensaje cristiano a la política. Nunca fue capaz de encontrarse con su planteamiento en una manera natural, sino ha quedado cautivado por la obsesión que cualquier préstamo en ideas o en métodos del análisis marxista de la sociedad necesariamente llega a la desfiguración y perversión de la fe cristiana. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe redactó en 1984 la Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la liberación“, la que ha desarrollado un impacto desastroso a lo largo de los años. Se quebró con esta instrucción la salida esperanzadora de la Iglesia latinoamericana que hizo sentir el espíritu de Pentecostés y tenía como consecuencia que por primera vez en su historia no fuera percibida como Iglesia de la oligarquía, sino como Iglesia de la mayoría pobre. Fuerzas reaccionarias obtenían ventaja en la Iglesia y marginaron a obispos de grandeza histórica. Innumerables seres humanos -obispos, sacerdotes laicos y laicas- murieron únicamente porque trataban de vivir como Jesús y de tomar el Evangelio en serio. Con la “instrucción” Roma denegó el respaldo moral y la solidaridad a estas personas, vulnerables y expuestas a la persecución por las dictaduras militares de la derecha.
Sería injusto imputar al papa en su despedida que no fuera sensible al escándalo de la injusticia, que no hubiera exigido la “opción por los pobres”. Sin embargo en vano es buscar en su pensamiento un conexo vital entre “Dios” y la “lucha por la justicia”. Que el europeo, Joseph Ratzinger, motivado por sus experiencias con los regímenes totalitarios haya redactado dicha “instrucción”, se puede entender, con buena voluntad, como un error histórico con consecuencias graves. Sin embargo que el papa Benedicto XVI, 25 años más tarde, defienda todavía exactamente las mismas posiciones nos deja perplejos. Otra vez habla de los peligros de una recepción acrítica de tesis marxistas con ocasión de la visita “ad limina” de obispos brasileños el 5 de diciembre de 2009: “Sus consecuencias más o menos visibles, hechas de rebelión, división, disenso, ofensa y anarquía, todavía se dejan sentir, creando en vuestras comunidades diocesanas un gran sufrimiento y una grave pérdida de fuerzas vivas. Suplico a todos los que de algún modo se han sentido atraídos, involucrados y afectados en su interior por ciertos principios engañosos de la teología de la liberación, que vuelvan a confrontarse con la mencionada Instrucción, acogiendo la luz benigna que ofrece a manos llenas”.
Palabras como esas nos dan pena. Primero, porque fue exactamente la política agresiva del Vaticano la que ocasionaba “división, disenso,… gran sufrimiento y una grave pérdida de fuerzas vivas” en la Iglesia Latinoamericana. Lo que hubiera hecho falta no es un nuevo adoctrinamiento sino más bien la súplica por perdón. Segundo, desconcierta el anacronismo de esta afirmación. No se trata de glorificar los sistemas socialistas actuales de América Latina, pero lo que hoy amenaza y aniquila a su gente no es el “fantasma del comunismo” sino la desigualdad escandalosa, el caldo de cultivo ideal para la violencia y el crimen organizado.
¡Se permite soñar en la cátedra de San Pedro con un hombre -o con una mujer- que este dispuesto a aprender de los grandes profetas de América Latina como Óscar Romero, Paolo Arns y Leonidas Proaño, y así podrá acercar más a la Iglesia a su origen como movimiento de Jesús!

Martha Zechmeister, C.J.
Directora de la Maestría en Teología, UCA

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