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Querid@s amig@s,
mucho se habla en estos días sobre la renuncia anunciada del actual papa Benedicto XVI. tanto en los medios, dentro y fuera de la Iglesia católica y así también aquí en Latinoamérica. Aquí quiero recomendarles un comentario de mi prefesora Martha Zechmeister CJ que reflexiona sobre el pontificado de Josef Ratzinger y la dirección actual dominante eurocentrista de la iglesia desde una perspectiva latinoamericana y de la teología de liberación. La austríaca Martha Zechmeister era profesora de teología fundamental en las universidades de Passau, Viena, St. Pölten y Innsbruck y desde hace varios trabaja com profesora invitada en la Universidad Centroamericana "Jose Simeon Cañas".
En mi opinión es un sincero y valiente manifiesto que comprueba que otra iglesia es posible y que me hace ver una vez más que justamente llegué al lugar apropiado para mi.
Con un fuerte abrazo desde San Salvador,
Benjamin
Benedicto XVI – y su eurocentrismo trágico
Martha Zechmeister CJ
Valiente,
fuerte, lúcido -así renunció Joseph Ratzinger a su cargo y así será conocido como Benedicto XVI en la historia. Confiesa
sin agitación y en un modo sencillo que sus fuerzas físicas y psíquicas están
disminuyendo. No se engaña, al reconocer que ya no es capaz de “gobernar el
barco de San Pedro” en un mundo “sujeto a rápidas transformaciones y sacudido
por cuestiones de gran relieve”. Como hombre de 85 años ha llegado a sus
límites y tiene el valor de asumir las consecuencias de eso a pesar del ejemplo
abrumador de Juan Pablo II. (¿O quizá exactamente a causa de ese ejemplo?)
Esto revela
primero y ante de todo grandeza humana que merece respeto incondicional. No
considerarse insustituible, “entregar el remo” libre y conscientemente, y así
por último acercarse a la propia muerte con paz y conciliación -esto no
solamente para los Papas- resulta una tarea difícil. Este acto vigoroso de
relativizar a sí mismo, toca nuestro corazón y nos muestra a Joseph Ratzinger
como ser humano, precisamente por su fragilidad y vulnerabilidad.
Este paso, más
allá de esto, tiene dimensiones y fuerzas explosivas históricas, porque Joseph
Ratzinger lo arriesgó en contra de la tradición y de la gravedad del cargo de
un “sucesor de San Pedro”. Es una contribución valiente para desmitologizar el
oficio papal. Revela con claridad: Esta tarea se confía a una persona humana -y
la misma persona puede devolverlo por razones justas. El “funcionario” no se
funde en una manera cuasi-mitológica con el cargo y tampoco está obligado
a sufrirlo heróicamente hasta el amargo final. En su camino hacia la modernidad
así se adelantó claramente el teólogo conservador, Joseph Ratzinger, al líder
carismático socialista, Hugo Chávez.
Al mismo
tiempo Benedicto XVI resguarda con este último acto oficial, a sí y a su
Iglesia, el espectáculo indigno que su persona se transformara progresivamente
en un juguete a merced de las intrigas y de las aspiraciones al poder. Aunque
Benedicto nunca ha excluido la posibilidad de una dimisión, ahora sorprende su audacia al desencantar
el cargo papal de esta manera -liberarlo del nimbo y de la sacralización
irracional.
En la
despedida se revela el corte de este personaje -pero exactamente por eso sería
irrespetuoso y cobarde de cara a esta persona no enfrentarse al legado ambiguo que
nos deja. Quiero hacerlo desde una perspectiva selectiva, desde la perspectiva
latinoamericana:
Benito de
Nursia, el patrono de Europa, ha dado su nombre a este pontificado que termina -y
este nombre fue su programa. La preocupación ardiente de Benedicto XVI se
dedicaba a la Europa
secularizada y con una fe agotada; la preocupación por un mundo, que se libera
desde su relación con Dios y por eso “se oscurece su horizonte ético” y “se
pierde el fundamento de sus valores”. Joseph Ratzinger se esforzaba para
intermediar entre la fe y la razón contemporánea. Pero aparentemente a él,
también como papa, ha quedado lejana e inaccesible la situación en otros
continentes, que no están marcados por la ilustración europea y en cuales el
ateísmo hasta hoy ha quedado como un fenómeno marginal.
Nunca fue
fácil para Benedicto acercarse a las grandes tradiciones de Asia y a su
pluralismo religioso. Pero todavía menos fue capaz de reconocer el desafío
urgente a buscar nuevas formas de ecumenismo
con las iglesias pentecostales que crecen aceleradamente en América Latina.
Desde hace tiempo no se dejan descartar como “sectas”, confrontan a la Iglesia católica con sus debilidades
y exigen un diálogo entre iguales. El Papa eurocéntrico no lograba enfrentarse
a la situación de sociedades las cuales, ciertamente,
no tienen el Ateísmo como problemática central. En estas
sociedades la pregunta por Dios se plantea en un modo totalmente diferente, sin
embargo se impone en un modo no menos elemental.
Lo que hace falta allá son criterios para el discernimiento entre el
“Dios de la vida” y los “ídolos de la muerte”; criterios del discernimiento
entre una fe liberadora, una Iglesia con rostro jesuánico a un lado -y formas
alienantes e infantilizantes de una espiritualidad salvaje y rampante al otro
lado. Urge buscar y encontrar estos criterios fuera y dentro de la Iglesia católica.
La limitación
trágica de Benedicto XVI por el eurocentrismo ha encontrado su expresión condensada
y aguda en su discurso con motivo de la inauguración de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrado en Aparecida, el 13
de mayo de 2007. En verdad es inconcebible cómo un intelectual de este corte
puede pronunciar una afirmación tanto ingenua como a-dialéctica: “La fe en Dios
ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos.
Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura
cristiana de este continente… formando una gran sintonía en la diversidad de
culturas y de lenguas”. Como si la cultura indígena no hubiera sido una cultura
profundamente religiosa mucho antes de la llegada del cristianismo; como si el
“encuentro” con Europa no hubiera comenzado como un asalto brutal -y como si la
cristianización de América Latina no hubiera sido mezclada en una manera
nefasta con genocidio y explotación.
La relación
difícil de Joseph Ratzinger con América Latina tiene una larga historia. En el
surgimiento de la teología de liberación nunca fue capaz de ver otra cosa que
la reducción fatal del mensaje cristiano a la política. Nunca fue capaz de
encontrarse con su planteamiento en una manera natural, sino ha quedado
cautivado por la obsesión que cualquier préstamo en ideas o en métodos del análisis
marxista de la sociedad necesariamente llega a la desfiguración y perversión de
la fe cristiana. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe redactó en 1984 la “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de
la liberación“, la que ha desarrollado un
impacto desastroso a lo largo de los años. Se quebró con esta instrucción la
salida esperanzadora de la
Iglesia latinoamericana que hizo sentir el espíritu de Pentecostés
y tenía como consecuencia que por primera vez en su historia no fuera percibida
como Iglesia de la oligarquía, sino como Iglesia de la mayoría pobre. Fuerzas
reaccionarias obtenían ventaja en la
Iglesia y marginaron a obispos de grandeza histórica.
Innumerables seres humanos -obispos, sacerdotes laicos y laicas- murieron
únicamente porque trataban de vivir como Jesús y de tomar el Evangelio en
serio. Con la “instrucción” Roma denegó el respaldo moral y la solidaridad a
estas personas, vulnerables y expuestas a la persecución por las dictaduras
militares de la derecha.
Sería injusto
imputar al
papa en su despedida que no fuera
sensible al escándalo de la injusticia, que no hubiera exigido la
“opción por los pobres”. Sin embargo en vano es buscar en su pensamiento un
conexo vital entre “Dios” y la “lucha por la justicia”. Que el europeo, Joseph
Ratzinger, motivado por sus experiencias con los regímenes totalitarios haya redactado dicha “instrucción”, se
puede entender, con buena voluntad, como un error histórico con
consecuencias graves. Sin embargo que el papa Benedicto XVI, 25 años más tarde,
defienda todavía exactamente las mismas posiciones nos deja perplejos. Otra vez
habla de los peligros de una recepción acrítica de tesis marxistas con ocasión
de la visita “ad limina” de obispos brasileños el 5 de diciembre de 2009: “Sus
consecuencias más o menos visibles, hechas de rebelión, división, disenso,
ofensa y anarquía, todavía se dejan sentir, creando en vuestras comunidades
diocesanas un gran sufrimiento y una grave pérdida de fuerzas vivas. Suplico a
todos los que de algún modo se han sentido atraídos, involucrados y afectados
en su interior por ciertos principios engañosos de la teología de la
liberación, que vuelvan a confrontarse con la mencionada Instrucción, acogiendo
la luz benigna que ofrece a manos llenas”.
Palabras como
esas nos dan pena. Primero, porque fue exactamente la política agresiva del
Vaticano la que ocasionaba “división, disenso,… gran sufrimiento y una grave
pérdida de fuerzas vivas” en la Iglesia Latinoamericana.
Lo que
hubiera hecho falta no es un nuevo adoctrinamiento sino más bien la súplica por
perdón. Segundo, desconcierta el anacronismo de esta afirmación. No se trata de
glorificar los sistemas socialistas actuales de América Latina, pero lo que hoy
amenaza y aniquila a su gente no es el “fantasma del comunismo” sino la
desigualdad escandalosa, el caldo de cultivo ideal para la violencia y el
crimen organizado.
¡Se permite
soñar en la cátedra de San Pedro con un hombre -o con una mujer- que este
dispuesto a aprender de los grandes profetas de América Latina como Óscar
Romero, Paolo Arns y Leonidas Proaño, y así podrá acercar más a la Iglesia a su origen como
movimiento de Jesús!
Martha Zechmeister,
C.J.
Directora de la Maestría en Teología, UCA
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